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lunes, 8 de agosto de 2011

Ruta a caballo por Gredos.

Una vez más he tenido ocasión de escaparme a un rinconcito de la geografía española y conocer a unos animales magníficos. Esta vez nos hemos ido a ver a una amiga que se dedica a hacer rutas a caballo por la sierra de Gredos. Concretamente, en el valle del Aravalle, o simplemente el Aravalle, como dicen ellos, en un pueblo llamado Los Mazalinos. Muy cerca hay un pequeño pantano ideal para remojarse en los días más calurosos. Un sitio magnífico para hacer rutas. De hecho, en el centro en el que tienen los caballo, no tienen pista como tal. Un picadero redondo, unos pocos boxes (ni siquiera uno por caballo) y un pequeño prado, donde pueden comer antes de irse a descansar al Prado (así, con mayúsculas). Con un riachuelo enmedio, dos laderas para que los animales suban y bajen, sombra abundante y pastos de sobra, una manada de unos 8 o 9 caballos, no necesita nada más. Aún así, se les complementa con heno fresco todos los dias. Así pasa, que cuando le preguntan a mi amiga por los caballos, lo primero que le sale es:
Aquí todos los habitantes se llevan bien...
-¿Ellos? Mejor que cualquiera de nosotros!
Y es totalmente cierto. Cada uno trabaja lo que puede, come lo que necesita, tiene amigos, tiempo libre, aire puro, pasto fresco, agua corriente, clara y limpia... ¿qué más se puede pedir?
Y lo de trabajar lo que puede cada uno es literal. Hasta hace una semana, han tenido un caballo en recuperación durante 2 años, solo comiendo y saliendo al prado, dejando que se acostumbre a estar con gente que no le va a pegar y a hacer daño y sociabilizándolo con el resto de la manada. Nada de presión. Ayer salió por primera vez a una ruta de una hora, con un niño de 7 años como jinete. Y ya se ha ganado el jornal.
Me encantó ver cómo cada uno se ha integrado en esta "manada" tan variopinta. Aparte de los caballos de rutas, hay un par de potros a los que están domando (trabajo más para el invierno, cuando la gente ya no viene a hacer rutas tan a menudo) y otros, del dueño de la finca. Un pequeño grupo de perros, que habitualmente acompaña a los caballos en las rutas y dos gatillos que se quedaron sin madre, junto con una cabra que parece que se siente perro y unas cuantas gallinas con su gallo, completan el grupo de "gentes" que conviven en perfecta armonía en este negocio.
Y es que, está claro, que cada uno da lo que recibe. Cualquiera (incluido animal o persona), si se le trata bien, acaba por aceptar a quien le cuida y por olvidar un pasado tortuoso e infeliz.
Después de comer estupendamente, viendo la sierra desde la terraza del bar de Fernando y de una más que agradable sobremesa, nos fuimos a dar un paseo a caballo, porque todos tenemos esa afición metida en las venas. Nuestra amiga nos llevó a conocer un pueblo abandonado desde el que se tienen vistas de todo el valle, y enfrente, se puede apreciar el circo de Gredos (el más famoso) y otros circos, donde también hacen rutas de día completo, e incluso, de varios días. El camino discurre en gran parte a la sombra de castaños y robles, hasta donde acaba el bosque, y empieza la vegetación de matorral propia de la montaña un poco más arriba, donde, al correr el aire, no pasamos ni pizca de calor. Una tarde realmente magnífica. Hicimos buenos galopes, nos metimos en el pantano con los caballos, nos pusimos al día de nuestras respectivas vidas... en fin, una tarde entre amigas. Muy agradable, y en un entorno magnífico.
Vistas desde el pueblo abandonado. Al fondo, el Almanzor.
Al caer la tarde, una lección improvisada de doma nos vino a ver a la puerta de la finca. Un cliente de mi amiga, al que le había estado domando un potro, vino a pedirle ayuda, porque no le dejaba subirse, no se estaba quieto. Mi amiga le explicó (o por lo menos lo intentó) que es mil veces mejor premiar los buenos comportamientos que castigar los malos. En cualquier caso. El caballo en cuestión había cogido miedo al dueño, porque cada vez que se intentaba montar, si no se quedaba quieto, le daba una tanda de fustazos. Y, claro, el animal, que no es nada tonto sino al revés, cada vez que ve aparecer al dueño, intenta escapar de todas las maneras.
Una vez llegados a este punto, lo tomó mi amiga por las riendas, le habló, le tranquilizó, le cogió firmemente y, con alguna dificultad la primera vez y con ninguna la tercera, logró subirse y que el caballo confiara en ella y se quedara quieto. En total creo que fueron unos 10 minutos. Lo malo es que el dueño no entendió que con fusta y espuelazos el caballo jamás iría para delante. Y menos en una pista (porque lo quiere para hacer doma clásica). Como intentar meter a un tigre recién bajado de la selva en un piso y que no tire ni rompa nada. Imposible. Ese caballo donde está a gusto y trabaja bien es en el campo y, mientras no lo entienda así el dueño, no podrán estar cómodos el uno con el otro. Así de sencillo. Sólo hay que intentar entender cómo piensan los caballos. Ellos no nos pueden entender a nosotros. Somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a ellos, porque hemos sido nosotros los que hemos acudido a ellos en busca de ayuda.
Así que, en un mismo día, conocimos a una gente estupenda, hicimos una ruta por unos parajes maravillosos de unas 3 horas por Gredos, comimos y nos dejamos cuidar por Antonio (un beso enorme desde aquí, y un comentario gastronómico aparte en "Con mapa y gps", blog de vivencias y viajes (mapaygps.blogspot.com)) y además recibimos una lección valiosísima de doma natural de nuestra amiga Carmen.