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miércoles, 26 de enero de 2011

experiencias...

Hace tiempo que venía dándole vueltas a mis experiencias con los caballos en Costa Rica. En cómo eran aquellos animales y cómo era yo entonces y cómo me relacionaba con ellos.
Habrá que empezar por el principio. Los caballos de Gilbert. Madre mía! Aquel hombre, con el tiempo llegué a pensar que tenía los caballos por verlos en el prado, porque con lo que trabajaba, nunca tenía tiempo para montarlos. Una pena. Cuando los ví por primera vez me quedé maravillada. Lo verde del prado hacía pensar en lo bien que les debía sentar esa vida. Aquellos animales podrían ser la envidia de tantos otros, estabulados todo el día, sin opción al esparcimiento durante días... Y es que allí, el verde se mantiene solo. Más bien, hay que controlarlo para que no se te meta en casa. Literal. Y ellos, tan felices. Corriendo colina abajo y arriba, pastando, en compañía, revolcándose, al fresco, que no al frío, y sin calor, porque en la montaña, no hace el mismo calor que abajo, en el valle. Un clima ideal.


Una de las cosas que me llamó la atención (aunque me dí más cuenta cuando volví a España,  allí me pareció de lo más normal) fueron las cabezadas y monturas que allí se usan. Al ser un clima tan húmedo, no sale a cuenta tener piezas de metal en ninguna parte. No darían más que problemas. En la cabezada, no usan ni bocado ni filete. Nada. Por supuesto, ni una sola hebilla. Lo que era un hackamore lo aprendí más tarde. Lo que usan allí son simples cabezadas "de cuadra", que allí son "de trabajo", claro. Y se dominan perfectamente. Al ser animales equilibrados y tranquilos, no tienen necesidad de defenderse de nada. Todos sabemos que muchas veces los problemas vienen de que los caballos pasan demasiado tiempo encerrados y solos, sin poder juntarse con sus iguales para explicarse su existencia, tomarse medidas, rascarse mutuamente, entre otras cosas. Si nos quitamos eso de enmedio, muy raro será el caballo que no quiera colaborar con el jinete, a nada que se lo proponga este último. Si no es así buscaremos otras causas (mala o poca doma, traumas pasados, pereza, edad, lesiones).

Pero es que, en la montura tampoco hay piezas metálicas. Y alguien se preguntará: ¿y cómo se abrocha la cincha? muy fácil (una vez que se le pilla el punto, claro): con un nudo.
Pero es un nudo que requiere técnica y práctica. Se ahoga a sí mismo, no es corredizo y no incomoda en ningún punto al caballo. Más bien, una vez que nos bajamos, lo difícil, a veces, es soltarlo. 
Y esos son los primeros cambios a los que me tuve que enfrentar respecto al equipo de montar allí. Otro post tendré que dedicar a las técnicas y modos de montar, que si no, me alargo demasiado...