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jueves, 9 de septiembre de 2010

Los padres en la hípica...

mi padre todavía me acompaña alguna vez cuando monto...
Cuando yo era más pequeña y mi padre me llevaba a montar los fines de semana, recuerdo perfectamente que se sentaba pacientemente (muy pacientemente) en la grada, si hacia buen tiempo, o en la cafeteria (o club social), si hacia malo. Ni se le ocurría apuntar nada durante la clase, ni mucho menos, corregir al profesor o a la alumna (aunque no faltaran las ganas...). Si algún día me caía, salvo que el profesor le dijera lo contrario, mi padre se quedaba, mordiéndose las uñas, educadamente sentadito. Luego me reconoció que aprendió mucho durante esas horas que pasaba mirando y escuchando. Con el tiempo aprendió las capas de los caballos, las figuras de picadero, la postura más adecuada para un salto correcto... en fin, todo un autodidacta. Pero nunca decía nada, el pobrecito.
Ahora, parece que no. Todo el mundo tiene derecho a opinar. Que ese caballo es muy pequeño para mi niño, que esto ya lo sabe, que a ver cuando galopa... ¡niño, mira lo que haces! ¿pero es que no me oyes? ¡que gires a la derecha! ¡a la derecha! y claro, si un niño, de por sí tiene poca capacidad de atención, si encima dos personas a la vez le estamos diciendo lo que tiene que hacer (que, normalmente son dos cosas distintas...) pues claro, el niño se vuelve loco, y al final no atiende  a nadie. Ni al monitor ni al padre. Y ya le tenemos en medio de la pista, con el caballo/poni parado y el resto de la clase más pendiente de él que del ejercicio que estábamos intentando hacer.
Por supuesto, los padres pueden y deben interesarse por la actividad de su hijo, pero respetando el trabajo del monitor. A ver si conseguimos entre todos estar mas cómodos y disfrutar de un deporte tan completo, didáctico y social como la equitación.

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