Desde que el hombre domesticó al caballo como ayudante en las faenas del campo, a cada persona que se acerca a uno de estos animales le inspira una serie de sentimientos, desde el miedo, hasta la admiración, pasando por todo un abanico, tan amplio como el carácter de cada persona. Lo que es cierto es que a casi nadie nos deja fríos el acercarnos y convivir, aunque sea por un rato con uno de estos bellos animales.
Es cierto que hay que tenerles respeto, eso, siempre y pase lo que pase, como con el resto de seres que nos rodean. Pero si les tenemos miedo, eso no ayudará para nada en nuestra relación tanto con ellos como con nosotros mismos y las personas con las que tratamos día a día.
Yo siempre digo a mis alumnos que hay que intentar entender cómo piensan, igual que a nosotros nos gusta que nos comprendan. Si lo intentamos y pasamos rato con ellos, nos lo compensarán con una amistad sin complejos. Sin esconder nada. Como un buen amigo, que no nos juzga por cómo somos.
Y por eso trato de ponerles en su lugar. Por ejemplo: ¿cómo te sentirías si alguien intenta que hagas un ejercicio si no te explica antes cómo hacerlo, si, simplemente te golpea y te grita cuando no haces lo que quiere? Mal, frustrado, ¿verdad? pues a los caballos les pasa igual. Cuando les estamos enseñando algo nuevo para ellos, hay que hacerlo con mucha paciencia, como con un niño pequeño. Y premiarles cada pequeño avance con una caricia, una palmadita en la espalda, como nos gustaría a nosotros mismos.
Así que, desde aquí, animo a todos a acercarse a estos animales y tratar de ponernos en su lugar, desde el cariño y el respeto, para poder sacar todo el potencial de una relación con ellos.
Relinchos y saludos.
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